Ascenso a General de Brigada
En la Brigada de Fuerzas Especiales (BFE), todos los días a
las seis de la mañana, en el momento de izar la bandera gritamos: “Buenos días Guatemala,
estoy presente, y pondré todo mi empeño y coraje de Kaibil en servirte mejor”.
Hoy, el Alto Mando del Ejército me ha otorgado el ascenso a
General de Brigada. Al momento de recibir las insignias, una hoja de laurel en
cada lado del pecho, les expresé mi compromiso a continuar con “…todo mi empeño
y coraje de Kaibil…” en seguir sirviendo y esforzarme por hacerlo cada vez
mejor.
En la antigüedad, una corona laurea era portada por los comandantes que
regresaban a Roma luego de campañas militares, una distinción magnífica para un
líder de alto nivel. Hoy, al recibir el símil convertido en grado e insignia
militar, agradezco a Dios por tal distinción.
Uno de mis escritores favoritos, Dan Brown, a propósito de
su última novela “Origen”, me cuestionaría si mi ascenso se debe a la gracia
divina que he recibido o si fue producto de la propia “evolución” por esfuerzo
profesional.
En esta misma novela, en la página 528, describe como dos
científicos en los años cincuenta del siglo pasado (Miller y Urey) hicieron un
famoso experimento para encontrar vida a partir de materia inerte, y claro –
narra la apasionante novela – sólo lograron producir unos cuantos aminoácidos.
Parte del corolario de la obra es que, ya sea la ley de la Entropía o la teoría
de la dispersión de la energía, todas requieren de una fuerza superior.
Comenté el fragmento anterior de una novela para usarlo como
analogía, porque estoy convencido que Dios ha dado bendición al trabajo hasta
hoy realizado (Job 1:10) después de treinta y dos años de servicio.
En lo que respecta a mi propio esfuerzo, lo que logré es crear unos cuántos aminoácidos, y quienes les dieron vida, fueron mis subalternos.
En lo que respecta a mi propio esfuerzo, lo que logré es crear unos cuántos aminoácidos, y quienes les dieron vida, fueron mis subalternos.
Son los subalternos, los subordinados, los que toman “los aminoácidos” -- figura de la dirección del comandante --,
los analizan, moldean y dan forma. Un comandante, un general, es el resultado
de su propia evolución profesional, sí; pero también del producto que
resulta de la eficacia y la eficiencia de los subalternos.
Mi ascenso, lo debo a mis subalternos. Mi ascenso lo dedico
a mi Familia. Mi ascenso lo agradezco a Dios, quien con su bendición permitió
que hallara mérito y distinción ante mis superiores (Proverbios 3:4).
Mis primeros subordinados me fueron asignados a mis trece años:
Una sección de 52 adolescentes; cursábamos primero básico en el Hall Central (instituto cívico-militar en Guatemala). A
partir de ese 1981, tuve diferentes unidades militares de diferentes magnitudes
(tamaños por número de personas) bajo mi mando, hasta llegar al comando de una
Brigada en la que recibo el grado de General.
El común denominador de mi desempeño, fueron cumplidos por parte de mis superiores, gracias a la eficacia de mis subalternos.
Dedico el ascenso a mi familia: Esposa, hijos y mis padres.
El soporte del amor fraternal/familiar es el motor de todo comandante para la
toma de decisiones en todos los escalones (grados de la carrera).
Son ellos la razón para querer vivir, y a la vez la inspiración en temas militares tan complejos para creer y mantener la convicción como por ejemplo la afirmación que “… si se expone a la muerte, no es porque no se ame a la vida” (fragmento del Credo Kaibil).
Son ellos la razón para querer vivir, y a la vez la inspiración en temas militares tan complejos para creer y mantener la convicción como por ejemplo la afirmación que “… si se expone a la muerte, no es porque no se ame a la vida” (fragmento del Credo Kaibil).
Un General no puede dar pasos en falso en valor,
determinación, liderazgo y pasión por el servicio; sus hábitos de trabajo son
ejemplo; sus convicciones y actuar en cuanto al deber marcan vidas; su
honestidad determinará la dirección a seguir; y su condición ética y moral es
la única que podrá guiarlo ante los peligros descritos por Sun Tzú hace más de cinco
mil años en su obra “El arte de la Guerra”.
Sun Tzú (Cap 8) aconseja a los Generales a identificar el
peligro cuando se está a salvo; prever el caos en tiempos de orden. Observar el
peligro mientras no tenga forma. Meditar las decisiones, porque si se está
dispuesto a morir, se puede perder la vida. Si se desea preservar la vida,
puede ser hecho prisionero y los que reaccionan emocional o coléricamente
pueden ser avergonzados (especialmente cuando los incapaces de competir generan rumores y calumnias producto de su frustración e ineptitud).
Los muy puritanos pueden ser deshonrados; los que son
compasivos, pueden ser turbados. Si se deja ver en batalla, el enemigo se aprestará a
defenderse. Un General se compromete hasta la muerte sin aferrarse a
sobrevivir; actúa de acuerdo con los acontecimientos en forma racional y
realista, sin dejarse llevar por las emociones, ni estar sujeto a quedar
confundido o confundir con malas asesorías. Su acción y su no acción es cuestión de estrategia, y no puede ser complaciente ni dejarse complacer.
Ser General es un compromiso con la Patria, la población, la
institución, sus subordinados, la familia y su buen nombre. Es lo que tengo por
delante.