Sobre Insurgencia Criminal
Características de una insurgencia criminal:
- Se revela contra la autoridad legal/orden público
- Posee: base social (apoyo y/o manipulación de población).
- Organización
- Control en un área geográfica
- Administra/obtiene fondos
- Posee armamento para cometer ilícitos.
Hoy se publicó un artículo con características de las pandillas o maras. Los puntos del artículo de Gutierrez son:
- Las maras ejercen poder a través de la coacción y mediante formas a veces en extremo violentas.
- Se organizan en los territorios para extraer forzosamente y de manera sistemática una tajada de las rentas de la población.
- Su lenguaje es brutal.
- Quien no paga, muere (o huye).
- La extensión de sus territorios refleja la competencia con otras maras, crimen organizado, fuerzas de seguridad y pobladores de autodefensa.
- Formas de organización estables y complejas.
- Las jerarquías y división del trabajo no están escritas, pero funcionan con sorprendente disciplina y eficacia.
- Encierran una subcultura que incluye sus propios dialectos, formas de vida, maneras de vestir y distintivos corporales (tatuajes, cortes de pelo) como rasgos de identidad.
- Sus ceremonias de iniciación, como en las sociedades secretas, se sellan con sangre.
- No persiguen –hasta ahora– fines políticos
- Son cada vez más conscientes del significado de ejercer un poder territorial que arrebataron al Estado.
- Su relación con los agentes de seguridad bajos y medios, es conflictiva y corrupta.
- Las cárceles, donde guardan prisión sus líderes, son el punto neurálgico de las extorsiones.
- Las maras están por lo regular en la base de la pirámide social.
- Su economía es de consumo, aunque en ciertos casos forman capital que pueden invertir en negocios
- Reprimirlos les despierta un instinto feroz de supervivencia y sus estructuras cierran filas.
Los narcotraficantes en cambio
- Están de la mitad hacia arriba de la pirámide social.
- Manejan insospechados volúmenes de dinero
- No extraen de la sociedad sino del negocio ilícito transnacional.
- Su relación con las autoridades es de igual o mayor poder, incluyendo los altos mandos.
- Capaces de cooptar a los pobladores e inocular el sistema político y económico con sus cuantiosos recursos.
Conclusiones
- Declarar la guerra a las maras es popular en el corto plazo, pero insostenible.
- En esencia es seguir ejecutando mareros u otros delincuentes (ahora tipificados de terroristas), pero sin consecuencias penales para los elementos de seguridad.
- Una lección mal aprendida de las desbordadas campañas de “limpieza social” del 2004-7 y su secuela: el insólito procesamiento penal del exministro Vielmann y varios de sus mandos operativos.
- Por cierto, esas escandalosas batidas condujeron a la repentina e inesperada aprobación del acuerdo de la CICIG en el Congreso.
Comentario final
Para limitar, reducir, eliminar las capacidades criminales de las maras, debe profesionalizarse (adaptación,
transformación, modernización) la PNC y la Guardia Penitenciaria.
- Protección social
- Estructuras institucionales con mejor gestión y reconocimiento del mérito
- Soporte informático eficiente
- Equipamiento pertinente
- Sistemas de control interno y externo.
En materia de
seguridad (y desarrollo) no hay milagros, hay procesos que, sostenidos,
resultan exitosos y generan sinergias en un relativo corto plazo
TEXTO COMPLETO
En seguridad no hay
milagros, pero sí procesos exitosos.
Por: Edgar Gutiérrez
Después de 40 años
de lidiar con las maras, hay que concluir que con las estrategias empleadas
resultan intratables e irreductibles. La dimensión del fracaso es
proporcionalmente inversa a la amenaza que han llegado a representar para la
sociedad.
Las maras ejercen
poder a través de la coacción y mediante formas a veces en extremo violentas.
Se organizan en los territorios para extraer forzosamente y de manera
sistemática una tajada de las rentas de la población. Su lenguaje es brutal:
quien no paga, muere (o huye). La extensión de sus territorios refleja la
competencia con otras maras, crimen organizado, fuerzas de seguridad y
pobladores de autodefensa.
Han adquirido formas
de organización estables y complejas. Las jerarquías y división del trabajo no
están escritas, pero funcionan con sorprendente disciplina y eficacia.
Encierran una subcultura que incluye sus propios dialectos, formas de vida,
maneras de vestir y distintivos corporales (tatuajes, cortes de pelo) como
rasgos de identidad. Sus ceremonias de iniciación, como en las sociedades
secretas, se sellan con sangre.
Las maras son
secuela del fracaso social, trágicamente convertido en una seria y extendida
amenaza criminal. No persiguen –hasta ahora– fines políticos, aunque son cada
vez más conscientes del significado de ejercer un poder territorial que
arrebataron al Estado. Su relación con los agentes de seguridad bajos y medios,
es conflictiva y corrupta. El ejemplo obvio es que las cárceles, donde guardan
prisión sus líderes, son el punto neurálgico de las extorsiones.
Los narcos manejan
insospechados volúmenes de dinero, propiedades y demás que no extraen de la
sociedad sino del negocio ilícito transnacional. Su relación con las
autoridades es de igual o mayor poder, incluyendo los altos mandos. Las maras,
en cambio, están por lo regular en la base de la pirámide social. Su economía
es de consumo, aunque en ciertos casos forman capital que pueden invertir en
negocios, los cuales, a la vez, les sirven como fuentes de información útil
para el despliegue de sus actividades delictivas. Por el sitio que ocupan en la
escala social y su relación hosca con los vecinos, la represión despierta un
instinto feroz de supervivencia y sus estructuras cierran filas. Es una
reacción distinta a la de los narcos, capaces de cooptar a los pobladores e
inocular el sistema político y económico con sus cuantiosos recursos.
Declarar la guerra a
las maras es popular en el corto plazo, pero insostenible. Las iniciativas de
ley 592 y 593 (reformas del Código Penal) enviadas la semana pasada al
Congreso, son retoques de estrategias fallidas en los países del norte de
Centroamérica. En esencia es seguir ejecutando mareros u otros delincuentes
(ahora tipificados de terroristas), pero sin consecuencias penales para los
elementos de seguridad. Una lección mal aprendida de las desbordadas campañas
de “limpieza social” del 2004-7 y su secuela: el insólito procesamiento penal
del exministro Vielmann y varios de sus mandos operativos. Por cierto, esas
escandalosas batidas condujeron a la repentina e inesperada aprobación del
acuerdo de la CICIG en el Congreso.
Si Giammattei quiere
erosionar las capacidades criminales de las maras, debe empezar en casa
profesionalizando la PNC y la Guardia Penitenciaria, esto es, por ejemplo,
redefinir la doctrina, establecer mayores requerimientos de ingreso, sistemas
de formación modernos y permanentes, protección social, estructuras
institucionales con mejor gestión y reconocimiento del mérito, soporte
informático eficiente, equipamiento pertinente y sistemas de control interno y
externo.
En materia de
seguridad (y desarrollo) no hay milagros, hay procesos que, sostenidos,
resultan exitosos y generan sinergias en un relativo corto plazo.
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